Los resultados de las elecciones del 4 de noviembre en Puerto Rico tienen que convocarnos al urgente examen y discusión de opciones hacia una nueva plataforma política que logre deshacer el espejismo que han proyectado, con éxito, los anexionistas. En la campaña mediática desplegada por el Partido Nuevo Progresista, nunca se escuchó la palabra “anexión”. Muy por el contrario, las imágenes y los textos exaltaban las bellezas de Borinquen y los valores de nuestra cultura nacional. Es decir, se han posicionado como patriotas los que quieren integrar de manera definitiva nuestro país a la República Federal de los Estados Unidos de Norte América.
Es muy grande la decepción que recibirán los que de este modo manipulan la información. Los EEUU no están ni remotamente interesados en alterar su Constitución para dar cabida a la integración de otras naciones en su ordenamiento jurídico. Y los boricuas que afirmamos la nacionalidad borincana no estamos interesados en dejar de existir para integrarnos a una República claramente definida como federación de estados de una misma nación (“One Nation under God”) y no como federación de naciones o repúblicas.
En la trayectoria histórica de los EEUU la anexión de repúblicas (Vermont, 1791; Texas, 1845; California, 1846; y Hawai`i, 1959) ha significado la integración absoluta, sin consideraciones atinentes a la nacionalidad excepto como factor cultural de interés antropológico y turístico.
Es cierto que el gobierno federal de los EEUU ha pactado con pueblos indígenas originarios en tierras bajo su jurisdicción, reconociéndoles como naciones y estableciendo tratados con ellas tras largas y sangrientas luchas. Pero esa opción no está contemplada para otras naciones, ni existirá nación interesada en ello, salvo que los EEUU transformen su estructura constitucional para convertirse en una Federación de Repúblicas de las Américas. ¿Sucederá eso algún día? Tal vez hacia fines de este siglo, o del siguiente, a alguien se le ocurra proponer algo por el estilo.. Pero, ciertamente, en el horizonte conceptual de los estadounidenses no ha aparecido la idea de anexar a otra nación desde que Hawai’i fue integrado como territorio en el 1900, sobre cinco décadas antes de que le fuese concedida la estadidad. Sin duda, se trataba de un archipiélago con características muy diferentes a las del archipiélago boricua, donde la cultura y la identidad como nación caribeña y latinoamericana sólo se ha hecho más fuerte desde el siglo pasado. Tanto así que los anexionistas no tienen más remedio que apelar al orgullo patrio de los puertorriqueños para obtener su adhesión en las campañas políticas.
Los antillanos no hemos dado atención suficiente a las posibilidades de productividad y progreso en esa soñada unión de las Antillas Mayores. Pero el potencial existe y la concertación jurídica de ese ideal muy bien podría llegar a ser realidad durante el presente siglo.
Si logramos liberar el pensamiento para dar cabida a la confianza en nosotros mismos, en las riquezas de nuestra cultura y en el probado talento de los boricuas, no tardará el día en que podamos disfrutar a plenitud de nuestra identidad, de nuestra cultura - sin espejismos - en libre y soberana relación solidaria con las hermanas Antillas, con las Américas y con el resto del mundo.
Referencias:
Corretjer, Juan Antonio, Futuro Sin Falla, Editorial Coquí, Chicago, Illinois, 1982.
Feliciano Ramos, Héctor R., Antonio Valero de Bernabé, Soldado de la Libertad (1790-1863), Universidad Interamericana de Puerto Rico, Recinto de San Germán, 1992.
Rama, Carlos M., Las Antillas para los Antillanos, Instituto de Cultura Puertorriqueña, San Juan, 1975.
El Federalismo en Borinquen
AGENDA ANTILLANA
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